No se trata acá del “síndrome Calpurnia” que suele afectar a los funcionarios sorprendidos en falta y que aluden que se equivocaron en su buena fe o que no se dieron cuenta. Todos saben que no sólo hay que ser honesto, sino también parecerlo. Tampoco se trata de que muchos de los que figuran en la lista VIP acaso hayan sido justos merecedores -por edad y por ser personal estratégico- de ser inoculados con la solución salvadora. Ni siquiera se trata de que todos somos candidatos a caer en el pánico que genera este virus mortal que sacude las convicciones personales. Por encima de eso está el fraude a la confianza que la sociedad ha puesto en las autoridades de Salud, nunca antes cuestionadas durante esta pandemia, siempre vistas como el camino a la salvación. Esas autoridades, que impusieron el respeto a los protocolos y consiguieron que se apacigue el miedo ante la lenta llegada de dosis a este país del fin del mundo, han dejado que desde lo alto del poder se discrimine, sobre todo a los más vulnerables, y se favorezca a familiares y amigos de ese poder. No se trata de que digan que son sólo 70, y no más. Se trata de que han hecho añicos la esperanza en el Estado, que a fin de cuentas es el único que se espera sea ecuánime para cuidarnos a todos. ¿Quién los va a perdonar?
El peor fraude a la confianza
SPUTNIK V. La vacuna contra el coronavirus. Foto: Prensa Salud Pública